Un arte
No es difícil dominar el arte de perder:
tantas cosas parecen llenas del propósito de ser perdidas,
que su pérdida no es ningún desastre.
Perder alguna cosa cada día. Aceptar aturdirse por la pérdida de las llaves de la puerta, de la hora malgastada.
No es difícil dominar el arte de perder.
(…) He perdido dos ciudades, las dos preciosas. Y, más vastos,
poseí algunos reinos, dos ríos, un continente.
Los echo de menos, pero no fue ningún desastre.
Incluso habiéndote perdido a ti (tu voz bromeando, un gesto
que amo) no habré mentido. Por supuesto,
no es difícil dominar el arte de perder, por más que a veces
pueda parecernos (¡escríbelo!) un desastre
Extracto de “One Art” de Elizabeth Bisho
Elizabeth Bishop escribe sobre el único arte, el de perder. Y para no confundirse con sus contemporáneos ni coterráneos (los populares de la beat generation) ella se ubica un poco a distancia de su objeto. ¡Qué osada hablar de la pérdida como algo fácil de adiestrar! ¿Pero no es así más valiente? ¿No es así más honesta? Para qué la sobre dramatización de algunos poetas que parecen mezclarse con sus versos sin saber dónde empieza uno y termina el otro. Para los temas realmente importantes hay que distanciarse para verlos. Cómo E.B lo hace con el único arte, rimando, dando nada de libertad al perder. Nada de esa contra poesía, la misma que tanto poeta sin el mínimo conocimiento del arte se refugia para soltar versos sin ton ni son, nada de artilugios, nada de pavadas, pues. The art of losing, isn’t hard to master.
De a poco, nos dice Bishop, la enamorada; la errante. El perder se aprende, de a poco. Perdamos cosas a diario, de pequeñas a grandes. Primero una moneda, luego un reloj, luego un zapato, luego un amigo, (ese que en los años de liceo nos cruzabamos en el recreo), luego, cuando seamos más duchos, perdamos un amor de otoño, y siete costumbres. ¡Vayamos de a poco desnudandonos, que este arte no tiene misterio! ¿O usted no se quiere dar cuenta? Yo perdí también, un continente, un río, media docena de amigos, un gato, cuatro mil pelos y veinte kilos. También un grito, varias noches en vigilia, una heladera repleta, un calendario de almacén con dieciséis meses y más horas, noventa y cuatro excusas, nueve vidas paralelas, y medio estómago sin hambre. Tanto dominé este arte que también perdí cerca de cinco mil miligramos de benzodiacepinas, mi foto carnet que dibuja “muerto”, un rencor, dos pestes y un rechazo.
A veces extraño, cierta sonrisa en las mañanas que hace años le perdí el rastro, olores de la calle Narvaja los domingos, y por supuesto, un huso horario. Pero, nada fue desastroso, nada fue imposible. Incluso lo más acoplado al alma es digno de perderse.
Añadir comentarios